13.6.11

La Bala Que Nunca Pudo Matar

En aquellos campos remotos en los que la horrible civilización no había llegado, donde las flores se extendían a mas que una maceta y el aire aún se respira me encontrarás, junto a un acantilado mirando al mar, con la mirada perdida en una abeja posada en flores rojas, con un disparo entre ceja y ceja y una estúpida idea que se disipa con el humo. Con la brisa golpeando mis zapatos y una bicicleta roída por el tiempo.

La muerte no viene a por mí y sigo tirado en este acantilado, será porque ella me amó y ya no quiere verme porque la rompí el corazón, me odia tanto que no desea mi muerte, prefiere verme tirado, esperando a que ella venga para librarme de este dolor.

La sangré ya tiznada de marrón por el tiempo esperando, las flores ya cansadas se murieron y el sol se ha vuelto a poner… Pero volverá a salir, una y otra vez, no hay final para mí. Castigado como Prometeo, Tántalo, Teseo y Piritoo, azotado con el paso del tiempo que no pasa, con la mirada perpleja observando a las nubes oscuras. No siento no la lluvia en mi cara, ni el suave aroma de tierra mojada o la brisa marina que vuela a mí alrededor.

Besé a quien no debí besar, enamoré a la muerte y ahora no me deja desaparecer.

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