Que vendo mi alma por cinco céntimos y vomito en cada esquina las canciones que nunca te di. Que la muerte de mis hermanos no cambio mi expresión y maté alguno por comerme su corazón. Mis manos manchadas de sangre y mi princesa en una cornisa a punto de suicidarse, ahora recuerdo porque me arranqué los ojos y porque soy ciego para todos.
Háblame tú que tienes alas y déjame sentir lo bien que se está en las nubes mientras sigo en mi maldito infierno personal, quemándome y esperando a que algún día me devuelvan mi alegría. Y si te atreves quédate a escucharme, escucharme decir todo lo que fui, de mis aventuras imaginadas, de mis besos alargados en el tiempo y mil recuerdos de joven muerto.
Hoy me voy de aquí, no moriré, no para mí…
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